18 de junio de 2010

HISTORIA DE UNA ESPIGA BIENAVENTURADA.






En un áureo trigal cuyas mieses

el sol iba dorando a sus fuegos
una espiga, arrogante, crecía
muy cargada de hechizos y ensueños.
Era esbelta, gallarda y muy alta
y tan buena que todo su anhelo
lo cifraba en crecer y adentrarse
de este modo a la gloria del cielo.
Y la espiga crecía y crecía,
esperando saciar sus deseos
se pasaba las horas jugando
en el dulce columpio del viento.

Pues, señor, una tarde de estío
presentóse en el campo un labriego
y con hoz despiadada y sañuda
fue segando el precioso elemento.
Alarmada, -¡A mí no! Le decía
la inocente espiguita del cuento,
¡¡a mí no!! Porque estoy destinada
a elevarme en mi tallo hasta el cielo.
Pero el hombre –tal vez distraído-
derribóla de un golpe certero
destruyendo con él su ventura
y la dulce ilusión de sus sueños.

¡Ay, Señor! Clamó entonces la espiga,
¡mira, mira, mi Dios, lo que han hecho!
¡Ya no puedo llegar a tus brazos!
¡Sálvame, sálvame, que me muero!

Y el Señor, cual si nada escuchase,
respondiole con sólo silencio.


El labriego, tomando la espiga,
a las eras condújola luego...
el caballo arroncóse con brío,
bajo el trillo los granos crujieron
y cual sarta de perlas deshecha
por las eras rodaron maltrechos...
¡Oh granitos que el cielo anhelaban!
Un sinfín de amapolas dijeron:
-¿De qué os sirve haber sido tan puros
si a salvaros no viene el Eterno?
Y en su angustia, los granos clamaban:
-¡¡Padre nuestro que estás en los Cielos!!

En la cárcel oscura de un saco
al molino lleváronlos luego
y los granos dorados y hermosos
en finísimo polvo volvieron
y los granos lloraban, gemían...
y al Señor duplicaban sus ruegos...
¡Y allá arriba seguían callando!
¡Y acá abajo seguían moliendo!

¿Y porqué el Señor callaría?
¿Y porqué les negaba el consuelo?
¿Por qué siendo puros e inocentes
los dejaba en tan duro tormento?

Pero ved qué pasó: con la harina
una hostia bellísima hicieron,
que era tenue cual brisa de mayo
y era blanca cual luna de enero.
Su blancura brilló sobre el ara
y los cielos al verla se abrieron
y Dios mismo y su Gloria bajaron
y en la Hostia feliz se fundieron.

Y así, en tierno coloquio de amores,
a la espiga le dijo el Cordero:
Yo quería tenerte en el cielo
y mis brazos brindarte por lecho,
pero escucha, mi bien, a mis brazos
sólo puede llegarse ¡sufriendo!


¡Adorado sea el Santísimo Sacramento!