11 de marzo de 2010

CRISTO REY: HOY.


Es conmovedora la parte en que describe la terrible inmoralidad de la vida actual. Bien la conoce el autor; convivió con ella. Todos se odian, todos roban; egoísmo, podredumbre, sangre por doquiera, escribe Papini. Por todas partes la idolatría: se adora al ídolo de la violencia, del dinero y del dinero y de la inmoralidad. Muerte, lucha desesperación en el mundo…

Y al final de su libro, este ex anarquista, este ex ateo, se vuelve con una oración conmovedora a nuestro Señor Jesucristo y le pide que venga de nuevo a vivir entre los hombres.

¡Señor!, si Tú no fueras más que el Dios justo, no nos escucharías, porque todo el mal que han podido cometer los hombres contra Ti, lo hicieron. Judas te vendió millones de veces, y otras tantas te besó, te vendió, y no por treinta monedas de plata; te besó, y no una sola vez. ¡Cuántos fariseos han gritado ya durante dos mil años: No queremos a Cristo! ¡Fuera Cristo! ¡Cuántas veces, por dinero, por un puesto que querían alcanzar, te azotaron hasta hacerte derramar sangre! ¡Cuántas veces te hemos crucificado con nuestros deseos, con nuestros pensamientos, con nuestras acciones! ¡Cuántas, pero cuántas veces, oh Dios misericordioso!

Hemos desterrado a Cristo porque era demasiado puro para nosotros. ¡Le dimos la espalda porque era demasiado santo apara nosotros! ¡Le hemos crucificado, le hemos condenado, porque su rectitud condenaba nuestra vida pecaminosa!

¿Y ahora?

Ahora, cuando hemos llegado ya a la descomposición, ahora vemos, ahora sentimos la falta que nos hace. Sentimos nostalgia de verdad y de rectitud.

¡Cristo!, ¡nuestro único mal es éste: Tú nos haces falta!

El que tiene hambre, desea pan… Pero eres Tú quien le haces falta.

El que tiene sed, implora bebida… ¡Esta sediento de Ti!

El enfermo suspira por salud… ¡Te necesita a ti!

El que busca lo bello en el mundo, sin saberlo siquiera…, te busca a Ti, Hermosura eterna.

El que busca la verdad, no lo sabe, pero te busca a Ti, Verdad eterna.

El que desea la paz, está sediento de Ti, el único en quien puede encontrar su tranquilidad el corazón turbado.

Cielo y tierra. Bienestar y desgracia, alegría y sufrimiento, el hombre que llora y el hombre que goza, todos claman por Ti, dulcísimo Cristo.

¡Cómo te espera nuestra alma! ¡Ven! ¡Señor! ¡Jesús!

Así tendríamos que exclamar todos con férvido anhelo: ¡Ven! ¡Señor! ¡Jesús! Ven, ven…, y entonces tendremos nosotros, tus fieles que están sedientos, tus fieles que están cansados, la fuente de vida que nos da alivio, fuerza, felicidad.

¡Ven…, Señor… Jesús!... ¡Ven…, Cristo Rey!

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