Primera Lectura: Eclesiastés 1,2 – 2,21-23
La elocuencia de este Libro sagrado, con su aparente pesimismo, es remedio poderoso para quitarnos la venda que coloca, en nuestra inteligencia oscurecida por el pecado, “el padre de la mentira” (Jn. 8,44) quien pretende escondernos las verdaderas bienaventuranzas.
“... Vanidad de vanidades; todo es vanidad” (vers. 2 ). “... Hay muchas falsas apariencias que engañan a los que no están alerta. Hemos de inclinarnos, pues, diariamente delante de este verso; es menester que en las comidas y en las reuniones cada uno diga al que tenga al lado: Vanidad de vanidades, y todo es vanidad” (San Juan Crisóstomo). El versículo 14 nos dice que “...todo es vanidad y correr tras el viento”. Es una vívida imagen del esfuerzo inútil. ¡Qué favor nos hace el sabio al revelarnos su experiencia para ahorrarnos igual desengaño! Desengaño, agobio, tristeza son los frutos propios de una vida al margen de Dios y sumergida en las realidades pasajeras de este mundo.
Segunda lectura: Colosenses 3, 1-5. 9-11
San Pablo nos dice este domingo que por el Bautismo estamos ya muertos al mundo. Pero todavía no podemos salir de él. Necesitamos librarnos de todo aquello que se opone al orden sobrenatural: impurezas, pasiones, etc. Por eso San Agustín nos exhorta a clavar nuestra mirada en las cosas de arriba: “Preceda el corazón al cuerpo. Los corazones, allá arriba”.
Todos podemos acercarnos a Dios. Pero es necesario renacer a la vida de la gracia, porque el pecado ha manchado nuestra alma. El que ha nacido de nuevo, dice San Juan, no peca más porque ha nacido de Dios y la semilla divina permanece en él. Por medio de la gracia sembrada en nuestras almas somos más capaces de un conocimiento sobrenatural de Dios. Aquí se encuentra la doctrina central de la Epístola. El “hombre viejo” únicamente se renueva por este conocimiento de Dios. El gusto por todo lo de Dios nos llevará definitivamente a la conversión total. ¡Es necesario pensar en las cosas de arriba y evitar todo aquello que pueda perjudicar la realización del hombre nuevo!
Lucas 12,13-21
El tema central de la parábola es la ceguera del hombre ante las riquezas. La ambición de poder y de dinero es el gran motor que arrastra a un número grande de personas a pecar. Esta pasión no se detiene ante nada, ni nadie; ni siquiera ante el mismo Hijo de Dios, vendido en treinta monedas por uno de sus discípulos. De ahí que el Apóstol San Pablo, en su primera Carta a Timoteo, nos previene contra el apetito de enriquecerse, porque es una trampa muy peligrosa : “Porque los que quieren ser ricos caen en la tentación y en el lazo (del diablo) y en muchas codicias necias y peligrosas, que precipitan a los hombres en ruina y perdición. Pues raíz de todos los males es el amor al dinero...” ( I Tim. 6, 9-10 ).
Jesús quiere desengañar a aquellos que ponen la seguridad de su vida en la acumulación de bienes materiales: “Guardaos bien de toda avaricia; que, aunque uno esté en la abundancia, no tiene asegurada la vida con sus riquezas” (vers. 15). El hombre rico de la parábola se sentía seguro por su gran cosecha: “... Alma mía, tienes cuantiosos bienes en reserva para un gran número de años; reposa, come, bebe, haz fiesta” (vers. 19 ). Cálculo totalmente desacertado el de este individuo al olvidar algo fundamental: Dios es el Dueño de la vida. La prolongación de mi existencia en el mundo está en las manos de Dios. Mis posesiones económicas, por muy cuantiosas que sean, no pueden añadirme ni un segundo de vida. “¡Insensato, esta misma noche morirás!; ¿ para quién será lo que has acaparado? ” (vers. 20). En el momento más inesperado Dios me pedirá cuenta de los años que me ha prestado ¿Cómo le responderé?
Es de capital importancia para todo cristiano trazar un firme y sólido programa en su vida. El gran acierto consiste, no en poner el corazón en la vanidades de este mundo efímero y pasajero, sino en ser rico a los ojos de Dios. “No amontonéis tesoros en la tierra, donde polilla y herrumbre los destruyen, y donde los ladrones horadan los muros y roban. Amontonad tesoros en el cielo, donde ni polilla ni herrumbre destruyen, y donde ladrones no horadan ni roban .” ( Mt. 6,19-20).
Propósito: Esta semana desprenderme de algún bien que estime mucho y regalarlo a los pobres.