31 de julio de 2010

Quiero ser muy rico. ¿Rico? ¡Rico! ¡pero en amor!.



Primera Lectura: Eclesiastés 1,2 – 2,21-23

La elocuencia de este Libro sagrado, con su aparente pesimismo, es remedio poderoso para quitarnos la venda que coloca, en nuestra inteligencia oscurecida por el pecado, “el padre de la mentira” (Jn. 8,44) quien pretende escondernos las verdaderas bienaventuranzas.
“... Vanidad de vanidades; todo es vanidad” (vers. 2 ). “... Hay muchas falsas apariencias que engañan a los que no están alerta. Hemos de inclinarnos, pues, diariamente delante de este verso; es menester que en las comidas y en las reuniones cada uno diga al que tenga al lado: Vanidad de vanidades, y todo es vanidad” (San Juan Crisóstomo). El versículo 14 nos dice que “...todo es vanidad y correr tras el viento”. Es una vívida imagen del esfuerzo inútil. ¡Qué favor nos hace el sabio al revelarnos su experiencia para ahorrarnos igual desengaño! Desengaño, agobio, tristeza son los frutos propios de una vida al margen de Dios y sumergida en las realidades pasajeras de este mundo.

Segunda lectura: Colosenses 3, 1-5. 9-11

San Pablo nos dice este domingo que por el Bautismo estamos ya muertos al mundo. Pero todavía no podemos salir de él. Necesitamos librarnos de todo aquello que se opone al orden sobrenatural: impurezas, pasiones, etc. Por eso San Agustín nos exhorta a clavar nuestra mirada en las cosas de arriba: “Preceda el corazón al cuerpo. Los corazones, allá arriba”.
Todos podemos acercarnos a Dios. Pero es necesario renacer a la vida de la gracia, porque el pecado ha manchado nuestra alma. El que ha nacido de nuevo, dice San Juan, no peca más porque ha nacido de Dios y la semilla divina permanece en él. Por medio de la gracia sembrada en nuestras almas somos más capaces de un conocimiento sobrenatural de Dios. Aquí se encuentra la doctrina central de la Epístola. El “hombre viejo” únicamente se renueva por este conocimiento de Dios. El gusto por todo lo de Dios nos llevará definitivamente a la conversión total. ¡Es necesario pensar en las cosas de arriba y evitar todo aquello que pueda perjudicar la realización del hombre nuevo!  

Lucas 12,13-21
El tema central de la parábola es la ceguera del hombre ante las riquezas. La ambición de poder y de dinero es el gran motor que arrastra a un número grande de personas a pecar. Esta pasión no se detiene ante nada, ni nadie; ni siquiera ante el mismo Hijo de Dios, vendido en treinta monedas por uno de sus discípulos. De ahí que el Apóstol San Pablo, en su primera Carta a Timoteo, nos previene contra el apetito de enriquecerse, porque es una trampa muy peligrosa : “Porque los que quieren ser ricos caen en la tentación y en el lazo (del diablo) y en muchas codicias necias y peligrosas, que precipitan a los hombres en ruina y perdición. Pues raíz de todos los males es el amor al dinero...” ( I Tim. 6, 9-10 ).
Jesús quiere desengañar a aquellos que ponen la seguridad de su vida en la acumulación de bienes materiales: “Guardaos bien de toda avaricia; que, aunque uno esté en la abundancia, no tiene asegurada la vida con sus riquezas” (vers. 15). El hombre rico de la parábola se sentía seguro por su gran cosecha: “... Alma mía, tienes cuantiosos bienes en reserva para un gran número de años; reposa, come, bebe, haz fiesta” (vers. 19 ). Cálculo totalmente desacertado el de este individuo al olvidar algo fundamental: Dios es el Dueño de la vida. La prolongación de mi existencia en el mundo está en las manos de Dios. Mis posesiones económicas, por muy cuantiosas que sean, no pueden añadirme ni un segundo de vida. “¡Insensato, esta misma noche morirás!; ¿ para quién será lo que has acaparado? ” (vers. 20). En el momento más inesperado Dios me pedirá cuenta de los años que me ha prestado ¿Cómo le responderé?
Es de capital importancia para todo cristiano trazar un firme y sólido programa en su vida. El gran acierto consiste, no en poner el corazón en la vanidades de este mundo efímero y pasajero, sino en ser rico a los ojos de Dios. “No amontonéis tesoros en la tierra, donde polilla y herrumbre los destruyen, y donde los ladrones horadan los muros y roban. Amontonad tesoros en el cielo, donde ni polilla ni herrumbre destruyen, y donde ladrones no horadan ni roban .” ( Mt. 6,19-20).

Propósito: Esta semana desprenderme de algún bien que estime mucho y regalarlo a los pobres.

24 de julio de 2010

Eleva tu corazón a Dios: ora.

Tres comentarios para el alma.

Primera lectura: Génesis 18, 20-32
Las lecturas bíblicas convergen hoy en un tema principal: el poder de la oración intercesora del justo. La oración es la respiración de la fe, que sin ella se asfixia y muere. En Abrahán descubrimos cómo Dios se comunica con sus amigos. Este diálogo nos brinda enseñanzas perennes: La oración de la humildad, la mediación de un alma fiel rinden al Señor: “Mi Señor, aunque yo soy polvo y ceniza... Si se hallaran en Sodoma diez justos, ¿no la perdonarías?” (vers. 32). Otra lección es que los méritos del justo ahuyentan el castigo de la cabeza de los impíos. La virtud de un solo justo habría expiado la maldad de Sodoma (cf. vers. 32). Así lo demostrará la nueva economía inaugurada por Jesucristo, único intercesor y expiador a favor nuestro.

Segunda lectura: Colosenses 2, 12-14
San Pablo nos expone la misma idea de la primera lectura. Es el poder de la intercesión del justo el que nos obtiene el perdón de los pecados, la liberación de la muerte y el don de una nueva Vida. Ahora sabemos que por un solo Justo que Dios ha hallado entre los hombres, todos hemos sido perdonados  y salvados. “La misericordia y la gracia de Dios, por los méritos de un solo hombre, Jesucristo desbordó sobre la muchedumbre. Y todos al recibir el desbordamiento de la gracia, y de los dones, y de la salvación reinarán en la vida por obra de uno solo: Jesucristo” (Rom 5, 15. 17).

Evangelio: San Lucas 11, 1-13
Es este pasaje un verdadero tratado teológico sobre el poder de la oración como medio de interceder ante Dios. En él, San Lucas presenta a Jesús como maestro de oración, con su vida y doctrina. El ejemplo de Jesús despierta, en los discípulos, el deseo de dirigirse a Dios: “Señor, enséñanos a orar como también Juan enseñó a su discípulos” (vers. 1). Los evangelistas y, en especial San Lucas, han referido ya varias veces esta oración en que el Salvador gustaba de abismarse, retirado en la soledad. Acto divino, misterioso y admirable que confortaba su alma y que mereció al mundo gracias indecibles. Cristo acoge la demanda y les da una lección: toda plegaria se concentra en la invocación “¡Padre Nuestro!” (vers. 2). Es la que define al cristiano como hijo de Dios. Ninguna otra oración es más conforme a la gloria de Dios y al interés de los hombres.
A continuación, Jesús enseña a los que le rodean algunas de las condiciones que ha de tener la oración para ser eficaz: Santa osadía, perseverancia, y entera confianza fundada en la infinita bondad de Dios. Así, propone la parábola del amigo inoportuno y encarece, de esta manera, la fuerza que tiene ante Dios la súplica del justo, del que está unido a Él en amistad por la gracia santificante. Los verbos: “pedid, buscad, llamad” (vers. 10) en gradación ascendente, describen la infatigable constancia con que debe acercarse el alma a Dios para implorar sus gracias. Si la persistencia en la demanda logra ablandar la dureza de los hombres, ¡cuánto más fácilmente no conseguirá mover el bondadoso corazón de Dios!
Dios es fiel con el fiel, íntegro con el íntegro, y responde. La petición insistente y llena de fe en Él triunfa, a pesar de los obstáculos aparentemente insuperables, como los que se refieren en la parábola del amigo inoportuno (cf. vers. 5-8).
Notemos también que Dios, infinitamente generoso, concederá a quienes debidamente le invocaren el más perfecto de sus dones, su mismo Espíritu Santo: “si vosotros, con ser malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿Cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?” (vers. 13)

10 de julio de 2010

El Amor en San Pablo (Cor. 13)

   En este domingo he recordado estas notas que tomé en un retiro con el Padre Rodrigo Molina en Madrid hace algjunos años.  El decía: 

   La caridad (amor) es lento a la cólera, paciente, longánime ante las afrentas que sabe aguantar sin pagar con la misma moneda; no da rienda suelta a la irascibilidad, antes da fuerza para acallar los resentimientos y apagar los deseos de venganza.


  La caridad crea un ambiente de dulzura, de mansedumbre; es clemente con los que ofenden y llena de aliento en la adversidad; posee un humor tranquilo, igual y sobrenada a toda clase de mal que pueda sobrevenirle, ya de parte de los hombres, ya de parte de los acontecimientos.


   La caridad es magnánima, munífica, desconoce el desaliento y la susceptibilidad; es noble, generosa, llena de respeto.

    Su paciencia es la paciencia que triunfa siempre.


     La caridad es un amor benévolo, afable, acogedor, delicado, previsor, servicial, que busca hacerse útil, derramarse en ayudas y obras buenas; todo siempre dentro de un clima de amabilidad, de sonrisa, de apertura, de cordialidad.

     La caridad es un amor siempre dispuesto a hacer bien; no es sólo paciente sino también bueno y generoso; aguanta el sufrir pero no el ser inútil; quiere estar siempre de servicio para lo que busca las ocasiones, estudia los medios.


    El amor no es egoísta sino que todo sazona de una disposición pura, sincera, que no hace las cosas porque se las agradecen.

    La caridad es alegre, optimista, posee un espíritu comprensivo, receptor, de corazón abierto: se complace en dar: su tiempo, sus bienes, a ella misma.


LA CARIDAD ES JESÚS.

Estudia, medita el Evangelio y como por ósmosis irás transfigurándote a la semejanza de ese AMOR ENCARNADO que es Jesús.