24 de julio de 2010

Eleva tu corazón a Dios: ora.

Tres comentarios para el alma.

Primera lectura: Génesis 18, 20-32
Las lecturas bíblicas convergen hoy en un tema principal: el poder de la oración intercesora del justo. La oración es la respiración de la fe, que sin ella se asfixia y muere. En Abrahán descubrimos cómo Dios se comunica con sus amigos. Este diálogo nos brinda enseñanzas perennes: La oración de la humildad, la mediación de un alma fiel rinden al Señor: “Mi Señor, aunque yo soy polvo y ceniza... Si se hallaran en Sodoma diez justos, ¿no la perdonarías?” (vers. 32). Otra lección es que los méritos del justo ahuyentan el castigo de la cabeza de los impíos. La virtud de un solo justo habría expiado la maldad de Sodoma (cf. vers. 32). Así lo demostrará la nueva economía inaugurada por Jesucristo, único intercesor y expiador a favor nuestro.

Segunda lectura: Colosenses 2, 12-14
San Pablo nos expone la misma idea de la primera lectura. Es el poder de la intercesión del justo el que nos obtiene el perdón de los pecados, la liberación de la muerte y el don de una nueva Vida. Ahora sabemos que por un solo Justo que Dios ha hallado entre los hombres, todos hemos sido perdonados  y salvados. “La misericordia y la gracia de Dios, por los méritos de un solo hombre, Jesucristo desbordó sobre la muchedumbre. Y todos al recibir el desbordamiento de la gracia, y de los dones, y de la salvación reinarán en la vida por obra de uno solo: Jesucristo” (Rom 5, 15. 17).

Evangelio: San Lucas 11, 1-13
Es este pasaje un verdadero tratado teológico sobre el poder de la oración como medio de interceder ante Dios. En él, San Lucas presenta a Jesús como maestro de oración, con su vida y doctrina. El ejemplo de Jesús despierta, en los discípulos, el deseo de dirigirse a Dios: “Señor, enséñanos a orar como también Juan enseñó a su discípulos” (vers. 1). Los evangelistas y, en especial San Lucas, han referido ya varias veces esta oración en que el Salvador gustaba de abismarse, retirado en la soledad. Acto divino, misterioso y admirable que confortaba su alma y que mereció al mundo gracias indecibles. Cristo acoge la demanda y les da una lección: toda plegaria se concentra en la invocación “¡Padre Nuestro!” (vers. 2). Es la que define al cristiano como hijo de Dios. Ninguna otra oración es más conforme a la gloria de Dios y al interés de los hombres.
A continuación, Jesús enseña a los que le rodean algunas de las condiciones que ha de tener la oración para ser eficaz: Santa osadía, perseverancia, y entera confianza fundada en la infinita bondad de Dios. Así, propone la parábola del amigo inoportuno y encarece, de esta manera, la fuerza que tiene ante Dios la súplica del justo, del que está unido a Él en amistad por la gracia santificante. Los verbos: “pedid, buscad, llamad” (vers. 10) en gradación ascendente, describen la infatigable constancia con que debe acercarse el alma a Dios para implorar sus gracias. Si la persistencia en la demanda logra ablandar la dureza de los hombres, ¡cuánto más fácilmente no conseguirá mover el bondadoso corazón de Dios!
Dios es fiel con el fiel, íntegro con el íntegro, y responde. La petición insistente y llena de fe en Él triunfa, a pesar de los obstáculos aparentemente insuperables, como los que se refieren en la parábola del amigo inoportuno (cf. vers. 5-8).
Notemos también que Dios, infinitamente generoso, concederá a quienes debidamente le invocaren el más perfecto de sus dones, su mismo Espíritu Santo: “si vosotros, con ser malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿Cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?” (vers. 13)

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