Tiempo de Cuaresma. Tiempo de penitencia, comprendido desde el Miércoles de Ceniza hasta la Misa de la Cena del Señor exclusive (el Jueves Santo). Está ordenado a la preparación de la Pascua.
La Iglesia nos invita a cruzar el desierto como el antiguo Pueblo de la Alianza, que llevó a cabo su éxodo de la esclavitud de Egipto hacia la libertad de la tierra prometida. Se trata de la prefiguración de un éxodo mucho más profundo y definitivo, en orden a una alianza nueva y eterna realizada en el misterio pascual.
Nuestro éxodo es salida (= desprendimiento) del mundo y su criterio que nos esclaviza en la realidad del pecado para entrar en la libertad de una vida de espíritu, la preconizada por el Evangelio, que nos constituye, por la realidad de la gracia, en hijos de Dios.
La Iglesia, como Madre y Maestra, pone ante nuestros ojos en este «tiempo fuerte» del Año Litúrgico, tiempo de gracia, tres compromisos: el ayuno o penitencia, la caridad o limosna, y la oración. Vamos a detenernos en la primera.
Tiempo de penitencia
Las privaciones voluntarias (ayuno y abstinencia, etc.) nos ayudan a buscar una conversión más perfecta. La penitencia del Tiempo Cuaresmal no debe ser sólo interna e individual, sino también externa y social, por lo que los Obispos de cada región pueden adaptar y encomendar a todos los fieles estas prácticas comunitarias que han de estimular a otras más personales (SC., nº 110 y 22): p. ej. abstenerse del alcohol, del tabaco, etc.
Con el ayuno o penitencia nos apartamos de las tentaciones, y de la esclavitud de la abundancia, para liberar nuestro corazón.
La penitencia es muy conveniente para dominar el cuerpo, luchar contra uno de los enemigos del alma: la carne. Es la práctica común de todos los santos. Un cuerpo mortificado es mucho más dócil al alma. El ser mortificado fortalece la voluntad y enriquece espiritualmente.
Es la enseñanza de Cristo. Las lecturas de la Liturgia nos invitan a la penitencia: «Días vendrán en que les será arrebatado el novio; entonces ayunarán» (Mt. 9 15).
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