La revelación de amor.
El 16 de junio de 1675, Santa Margarita está ante el Santísimo Sacramento expuesto. De la blanca Hostia se destaca radiante Nuestro Señor Jesucristo. Le descubre su divino Corazón, y le dice con acento insinuante y con un gesto amoroso: “He aquí este Corazón que tanto ha amado a los hombres; que nada ha perdonado hasta agotarse y consumirse para demostrarles su amor, y que no recibe en reconocimiento, de la mayor parte, sino ingratitud, ya por sus irreverencias y sacrilegios, ya por la frialdad y desprecio con que me tratan en este Sacramento de amor. Pero lo que me es aún mucho más sensible, es que son corazones que me están consagrados los que así me tratan. Por esto te pido que se dedique el Primer Viernes de mes, después de la octava del Santísimo Sacramento, a una fiesta particular para honrar mi Corazón, comulgando ese día y reparando su honor con un acto público de desagravio, a fin de expiar las injurias que ha recibido durante el tiempo que he estado expuesto en los altares. Te prometo, además, que mi Corazón se dilatará para derramar con abundancia las influencias de su divino amor sobre los que den este honor y los que procuren le sea tributado”
Los nueve primeros viernes de mes
Esta práctica de los nueve primeros viernes de mes contribuyó notablemente a restablecer la frecuencia de los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía y, en nuestro días, produce inmenso fruto espiritual en las almas que la llevan a cabo con el propósito de llevar una vida conforme al Evangelio. Las promesas que van unidas a ella, resumen la solución a nuestras necesidades, deseos y aspiraciones tanto espirituales como materiales. Fruto de la misericordia, el Salvador promete la paz en las familias, el consuelo en las penas, la bendición de las empresas y la gracia de recibir los sacramentos antes de la muerte.