SANTA GIANNA BERETA
Nació en Magenta (Italia) el 4 de octubre de 1922. Sus padres fueron fervientes cristianos y tuvieron trece hijos, de los cuales murieron cinco a edad prematura y tres se consagraron a Dios: uno como sacerdote diocesano, otro misionero capuchino y una religiosa canosiana. El jefe de familia fue un gran modelo para sus hijos, especialmente sobresalía su piedad eucarística. Acudía diariamente al Santo Sacrificio con una profunda reverencia. Gianna, contagiada del fervor de su padre, tras realizar su primera comunión, con sólo 5 años, no dejó ya de acompañarle a la Santa Misa todos los días.
Pasados los años Gianna se convirtió en una jovencita admirable: Compaginaba su vida de piedad con el amor a la música, a la pintura y a la naturaleza.
En 1937 su familia se trasladó a Quinto al Mare, cerca de Génova. Allí comenzó a frecuentar la Acción Católica, grupo al que pertenecería toda su vida.
A los 16 años realizó unos ejercicios espirituales que marcaron felizmente el destino de su existencia y le encauzaron por los rieles de la santidad. Su instintivo horror al pecado la llevó a tomar la firme resolución de morir antes que ofender gravemente al Señor.
A lo largo de su vida no le faltarían las ocasiones para demostrarlo. Primero tuvo que interrumpir sus estudios a causa de su mala salud y después, con sólo 20 años, perdió a su padre y a su madre, que eran su gran sostén.
Gianna tuvo que vivir un tiempo con sus hermanos. Después se matriculó en la facultad de Medicina, primero en Milán y luego en Pavía. Tras finalizar felizmente la carrera, y debido a su amor por los niños, se especializó en la rama de pediatría.
Mientras, su espiritualidad se enriquecía notablemente. Además de asistir diariamente a la Santa Misa, también consolidó las visitas al Santísimo, la meditación y el Santo Rosario. Esta vida interior se refleja al exterior mediante las obras: cada vez se comprometía más en el apostolado. Veía en el amor al prójimo la mejor forma de amar a Dios. No sólo se conformaba con amar a sus semejantes, sino que buscaba con ahínco que estos amasen a Dios.
Dentro de la Acción Católica tomó parte en las Conferencias de las Damas de San Vicente y en la Federación de Universitarios Católicos.
En esa época consiguió un gran equilibrio interior y empezó a irradiar hacia fuera un rostro sereno, una sonrisa dulce y una gran paz en el alma.
Durante un tiempo pensó que su vocación podía hallarse en el mundo misionero, hasta que comprendió que Dios le marcaba otra senda: la del matrimonio.
En 1955 se casó con el empresario Pietro Molla, perteneciente también a la Acción Católica y laico comprometido en la parroquia de Mesero.
Ambos se prepararon con tres días de oración antes de recibir el sacramento del matrimonio. Su sueño fue tener muchos hijos para la gloria de Dios. Tras tener sus tres primeros retoños sin problemas, en el cuarto embarazo se le detectó un tumor en el útero.
Se hizo operar pero pidió expresamente que no pusiesen en peligro la vida que llevaba en el vientre, consciente de que con esta medida no se erradicaría por completo el tumor. Por fin el 21 de abril de 1962 nació su hija, a la que bautizaron poco después con el nombre de Gianna Emanuela. Salvar la vida de la criatura tuvo un precio muy caro: la vida de la madre, que ella ofreció voluntariamente por salvar a su hija. El cáncer se había extendido rápidamente durante los nueve meses de embarazo, por lo que Gianna falleció el 28 de abril con agudos dolores.
Ejemplo de mujer, de laica, de esposa y madre de familia, siempre abierta a la vida, S.S. Juan Pablo II la canonizó en mayo del 2004. Su fiesta se celebra el 28 de abril.
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