Domingo diferente. Si porque Cristo muestra una actitud poco irradiada con anteriodad, con estos matices.
Para facilitar a los peregrinos las materias de los sacrificios y el cambio de sus monedas, los sacerdotes judíos permitieron instalar puestos de venta y cambio en el recinto del templo. Los abusos que se dieron fueron lamentables: balidos de ovejas, mugidos de bueyes, estiércol de animales…, disputas, regateos, altercados de vendedores… Con esto, el recinto del templo o «atrio de los gentiles» se había transformado en un mercado, en un gran bazar oriental.
Por eso, Cristo, al ver aquel espectáculo, azote en mano, los echó a todos del templo, esparció las monedas y derribó los puestos. El sentido de su actuación es claro: dar al templo la veneración que le corresponde. Purificar de toda profanación el lugar santo de la morada de Dios. Sus discípulos, al verlo actual así, nos dice San Juan, se acordaron de lo que está escrito: «El celo de tu casa me consume» (vers. 17; cfr. Sal 69, 10).
Santo celo que deberíamos imitar, no permitiendo que, hoy día, se profanen nuestras iglesias con vestimentas inadecuadas, voces, ausencia de la debida genuflexión al pasar frente al Santísimo, etc. Celo santo, que nos debería encender, en recuperar todos esos espacios proveídos por Dios, que se han convertido en mercados, donde puntúa lo material mas que lo espiritual, lo accesorio mas que lo principal. ¡Santa purificación hace Cristo¡ ¡Santa purificación necesitamos, para tener vida y vida en abundancia!.
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