18 de noviembre de 2008

¿Qué debemos hacer, ante una falta o un pecado ciertamente cometido?

Nos responde el Santo de la dulzura. Escuchémoslo con atención.

«Uno de los mejores ejercicios que podemos hacer practicando la dulzura, es el que tiene como mira nuestro propio ser, y consiste en no enojamos nunca con nosotros mismos ni con nuestras imper­fecciones; pues aunque la razón pide que si come­temos faltas nos sintamos tristes y contrariados, conviene evitar ser presa de una desazón des­piadada y cruel. Por lo cual caen en grave error los que, estando encolerizados, se lamentan de ha­berse encolerizado, se entristecen de haberse en­tristecido y sienten despecho de haberse despe­chado. De esta forma tienen el corazón amargado y lleno de malestar; y aunque parezca que este senti­miento de cólera neutraliza al anterior, no es así, pues no es más que un tránsito para otro acceso de ella en la primera ocasión que se presente. Ade­más, estos movimientos de cólera, malhumor y de­sazón contra sí mismo, son causa de orgullo y tie­nen su origen en el amor propio, que nos turba e inquieta al vemos tan imperfectos...

Créeme, Filetea, al igual que las reprensiones de un padre, hechas con dulzura y cordialidad, ejercen un poderoso influjo sobre el hijo a quien se quiere corregir, y más que las frases coléricas y airadas, así, cuando nuestro corazón comete alguna falta, si le reprendemos con palabras dulces y razonables, usando más de la compasión que de la pasión, animándole a la enmienda, el arrepenti­miento que concebirá será más eficaz y sincero que si empleamos palabras ásperas y desabridas...

Eleva, pues, dulcemente tu corazón cuando caiga, humillándote delante de Dios mediante el reconocimiento de tu miseria, sin desanimarte por la caída; pues nada tiene de extraño que la debili­dad sea enferma ni que el miserable esté sujeto a la miseria. Detesta con todas tus fuerzas la ofensa que Dios ha recibido de ti y, con gran ánimo y con­fianza en la misericordia divina, vuelve a empren­der el camino de la virtud que habías aban­donado.»


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