16 de octubre de 2008

El embrión: no algo, sino alguien.

Aunque algunos quieran obviarlo, es perfectamente reconocido por la comunidad científica internacional el hecho de que el ser humano aparece cuando se produce la polarización del resultado de la unión de los pronúcleos de los gametos femenino y masculino (óvulo y espermatozoide). Es ese mismo instante, ni antes, ni después, comienza el ciclo vital de un nuevo ser, el cigoto, que aparece como distinto, único e irrepetible. Así lo ha reconocido el prestigioso genetista Jérôme Léjeune: «aceptar el hecho de que después de la fecundación existe un nuevo ser no es más una cuestión de gusto u opinión. No es una hipótesis metafísica, sino una evidencia experimental».

Por tanto, ¿una nueva vida humana comienza con la fecundación? No propiamente. La nueva vida aparece como el producto final del proceso de fecundación. En primer lugar, el espermatozoide penetra en el óvulo. Un segundo paso es la aproximación de los dos núcleos (el del óvulo y del espermatozoide). Una tercera etapa es la unión del material genético aportado por el óvulo y el material genético aportado por el espermatozoide. Sólo cuando esta nueva célula, producto de la unión de las dos cargas cromosómicas, se polariza según distintos ejes, comienza a existir un nuevo individuo de la especie humana: el cigoto.

Del ciclo vital embrional (también llamado proceso epigenético humano) se puede destacar tres características principales:

        Coordinación. Desde la fusión de los gametos hasta la formación del disco embrional, hacia el día 14, se produce un proceso en el que se da un coordinado subseguirse e integrarse de actividades celulares bajo el control del nuevo genoma (el ADN de cada una de las células), modulado por una ininterrumpida cascada de señales que se trasmiten de célula a célula, y del ambiente extracelular y extraembrional a cada una de las células. Esta innegable característica implica y exige una rigurosa unidad del ser en desarrollo.

Estos hechos llevan a concluir que el embrión no es un mero agregado de células, sino un individuo en el que cada una de las células que se van multiplicando están implicadas estrechamente en un proceso.

Recientemente se ha comprobado mediante modernas técnicas audiovisuales que el cigoto es un ser vivo organizado. Desde el primer momento se produce una polarización que determina los ejes, que a su vez establecen la orientación de los planos cabeza-cola, dorso-vientre y derecha-izquierda. Incluso estos ejes fijan el sitio por donde se implantará en el útero. 

        Continuidad. A las pocas horas de la fusión de los gametos (la reunión del contenido cromosómico de los dos núcleos se denomina amfimixis) se forma el cigoto (embrión unicelular). Posteriormente, se producen divisiones en esta célula. Al cabo de seis o siete días, el cigoto se denomina blastocisto (embrión multicelular de más de 32 células). Éste continúa las divisiones celulares. A los siete o nueve días el blastocisto se implanta en el útero de la madre. Al término de esta etapa, hacia el día 14, el blastocisto se ha organizado como disco embrionario bilaminar. Posteriores divisiones transforman el disco embrionario en trilaminar. A partir de estas tres capas se originan todos los tejidos es la expresión de una sucesión de acontecimientos encadenados sin interrupción; si hay interrupción se da patología o muerte. Esta continuidad implica y estable la unicidad del nuevo ser en su desarrollo.

        Gradualidad. Es evidente que la forma definitiva se alcanza gradualmente. Es un desarrollo permanentemente orientado, a causa de una intrínseca ley epigenética, desde la fase de cigoto hasta la forma final.

Resulta evidente que con la fusión de los dos gametos humanos, un nuevo ser humano comienza la propia existencia o ciclo vital, en el que realizará autónomamente todas las potencialidades de que está intrínsecamente dotado. El embrión, pues, desde el resultado final de la fusión de los lamentos ya no es un potencial ser humano, sino un real ser humano, un ser perteneciente a la especie humana, que como todo miembro de dicha especie merece ser respetado.

Para mitigar el rechazo moral que provoca la destrucción de embriones, se a introducido la idea de que el resultado de la fecundación no es un individuo de la especie humana. Más aún, se ha realizada una clasificación: embrión y «preembrión» (embrión preimplantatorio).

La introducción abusiva del término «preembrión» ha resultado ser una estrategia para tranquilizar la conciencia y permitir la experimentación hasta el final de la fase de implantación. Se concluye que el embrión no existe durante las primeras dos semanas que siguen a la fecundación.

El término «preembrión» fue acuñado en 1984 por A. McLaren, conocida embrióloga inglesa y miembro del Comité Warnock, por influjo de cierta presión ajena a la comunidad científica, con la intención de manipular las palabras para polarizar una discusión ética. 

El término «preembrión» no es científicamente aceptable, pues, si entendemos por «preembrión» aquella que existe antes del embrión nos referimos a las células germinales (óvulo y espermatozoide). En este sentido, conviene resaltar que la palabra «preembrión» sólo aparece citada tres veces en las revistas internacionales especializadas del año 2002, mientras que la palabra «embrión preimplantatorio o temprano» aparece más de setecientas veces. Por ello, a nuestro juicio, la inclusión del término «preembrión» no tiene otra finalidad que despojar al embrión temprano de su carácter de embrión humano vivo, para así poder manipularlo y/o eliminarlo sin trabas éticas.

Desde el punto de vista moral, ya la admisión de la probabilidad de estar ante un ser humano (insuprimible en el estado actual de los estudios) tiene un peso decisivo. Es evidente que quien se encuentra ante una sombra, y duda de si es un jabalí o un hombre, si le dispara, se hace culpable de homicidio. Antes de disparar tiene el estricto deber moral de asegurarse de que no es un hombre. Este mismo principio ético se aplicaría al caso que estamos estudiando.

En resumen, el embrión, desde la fusión de los pronúcleos de los gametos femenino y masculino (llamado singamia y que tiene lugar aproximadamente a las 22 ó 24 horas después de la inseminación), ya no es un potencial humano, sino un real ser humano, que como tal merece ser respetado como todo miembro de dicha especie.

No es una parte o apéndice de la madre, sino un ser autónomo en el sentido de otro ser distinto al que los progenitores. El embrión humano es un nuevo individuo, un ser humano en acto, que a lo largo de su vida, en un proceso continuo, gradual, y coordinado irá desarrollando las diferentes estructuras que integrarán el organismo adulto.

Absurdo, pues, que en el Distrito Federal, se haya legalizado el crimen del aborto diciendo que no hay nada los primeros 15 días despues de la concepción. Como absurdo será también -Dios no  lo permita- que esta legalización se extienda a todos los estados de la republica.

 

 

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